miércoles, 21 de mayo de 2008

de noche en urgencias

Entre sus manos un vaso lleno de peto se convierte en el trago para calmar la angustia y el dolor, el ruido de la calle es la compañía de aquellos que por las absurdas leyes de nuestras nación no pueden ingresar a acompañar a su ser querido en este viaje, son cerca de las 7:00 p.m. y alrededor de unas 30 personas esperan en la acera, una puerta, los separan del frío quirúrgico de la sala de urgencias.

La calma rondaba las afueras del Hospital Metropolitano de Barranquilla, 6 mujeres en lo que parecía ser sus pijamas, una de ellas con todo su pelo recogido con la famosa toca, están sentadas junto a una ambulancia que tiene las luces encendidas, sus caras dicen lo que sus labios no son capaces, el dolor y la incertidumbre de una emergencia que las tomo dormidas.

De un momento a otro el bullicio de la sirena hace su aparición, los destellos rojos y blancos pintan las paredes y el letrero de urgencias, al llegar y como si fuera la recreación de un mal chiste, un jeep azul de placas GPE 998 se encontraba parqueado en el lugar que le correspondía al auto de las emergencias. Sin tiempo que perder la ambulancia apaga su motor, y por la puerta trasera sale la figura de una deshidratada mujer quien con sus únicas fuerzas entre sus manos lleva la bolsita transparente de suero que le han dado.

Los minutos pasan, el salir y entrar de sillas de ruedas se puede comparar con un baile que lleva semanas de práctica, entra paciente, sale paciente. Cerca de las 7:30 y después de varios taxis con enfermos decidimos entrar, fue aquí cuando empezamos a padecer lo que tiene que pasar casi todo colombiano para entrar a una sala de urgencias en nuestro país.

“aja y cual es el problema acaso me voy a robar algo, que me puedo robar yo de un hospital” expresa una mujer cuando el paramédico que esta regulando la entrada le preguntaba hacia donde se dirigía, quien con su tablita verde y un esfero como únicos aliados se defiende de las insinuaciones y ataques de aquellos que esperan ingresar para ver a sus familiares.

En este vaivén sale una camilla vacía para una ambulancia, mientras que con un caminado al mejor estilo de cantinflas ingresa un señor quien a duras penas puede sostenerse, acompañado por su hijo adolescente tratando de ayudar a su padre para no caer, cosa que casi no logra al llegar justo en frente de la primera puerta que casi se desarma cuando el enfermo se apoya en ella.


A las 7:45 ingresa un joven con su brazo derecho inmovilizado improvisadamente con una tira brillante, por su gesto no parecía dolerle mucho, mas bien la tranquilidad inundaban el aura del joven. 15 minutos después llega una ambulancia del hospital pediátrico de Barranquilla. mientras tanto en ese momento hay 9 personas en la puerta empujándose una a otra para poder entrar. De la ambulancia sale una silla de ruedas que trae a Daniela Rincón de aproximadamente 11 años, quien es levantada por los enfermeros sobre la acera en vez de hacer mover un poco mas la ambulancia que se encuentra obstruyendo toda la rampa que dirige hacia la puerta para poder rodar la silla hasta la entrada.

Detrás de la silla de ruedas de Daniela se amontona la gente y el número de personas en la entrada aumenta a 15. En ese momento se genera un tumulto de gente, comenzando a aturdir al paramédico que se encuentra en la puerta, a quien hace 10 minutos le dieron la orden de no dejar entrar a personas que no se vallan a quedar con los pacientes. “señora si fuera por mi dejaría la puerta abierta y me iría para mi casa” dice el joven.

Después de la entrada de Daniela salen para su casa y con gesto de agotamiento, una joven y una señora quien tiene un regalo en sus manos. Cuando las sillas de ruedas ingresan, nuevamente y de una en una se amontonan las personas detrás de la última como si esta fuera su pasaje de entrada al lugar donde se encuentran los familiares luchando por su salud.

Son las 8:15, por fin logramos entrar. Ya dentro el paisaje no cambio mucho lo único nuevo son las batas y uniformes blancos de doctores y enfermeras que intentaban multiplicarse para atender a los pacientes. Mientras el recorrido y entre gritos, que parecían sacados de la película el exorcista, la figura de aquel joven, José Caicedo, que había ingresado hace media hora por tener un dolor es su brazo nos recibía al mismo tiempo que un doctor alto, blanco, calvo y barrigón con cara de muerto decía “vea señora yo no trabajo aquí, yo vengo cuando me llaman.”

8:40 p.m.: “¡ay! me duele ¡aaaaaaaaaay!” gritaba José mientras un doctor vestido completamente de negro lo examina y tomaba con fuerza su codo. “no tiene fractura, el dolor es por el golpe, debe mantener el brazo inmovilizado” le dice el médico a la madre de José después de haber analizado la radiografía y le ordena a una enfermera que le coloque una ampolleta para el dolor.

Sigue pasando el tiempo, una tensa calma se siente en el lugar, el chillar de las ruedas de una camilla toma el ambiente las dos grandes puertas de madera que dividen la sala de espera y urgencia se abren de par en par, entran dos corpulentos hombres con sus pantalones verdes radioactivos, que servirían muy bien como chalecos reflectivos, y dejan una camilla junto a la pared y en ella a una mujer de alrededor de 60 años, luego traen otra camilla para que por sus propios medios ella se pase. La mujer con sus raquíticos brazos y corajudo corazón pasa de camilla sin antes asustar a más de uno al moverse una de estas aun cuando dos enfermeros las sostienen. Después de tan valeroso acto los hombres la llevaron a observación.

Después de la esforzada sesentera regresa la calma y a las 10:10 minutos se rompe cuando ingresan otra vez corriendo, paramédicos y enfermeros del hospital pediátrico con una camilla gigante en comparación con el tamaño del bebe que iba en ella, bebe del cual salen muchos tubos y es dirigido a un pasillo. En los segundos en los cuales entra esa última camilla, parece haberse prolongado el tiempo en el cual las dendritas de lo presentes comenzaron a hacer sinapsis y a estremecer los cuerpos en un nuevo parcial silencio aun mas tenso que los anteriores que parece haber estremecido a quienes presenciamos y vimos el estado de ese pequeño cuerpo.


5 minutos después entra caminando una mujer de 50 años desesperada por un dolor desgarrador en su vientre. Al verla en ese estado el coordinador de paramédicos Luís Heredia le acerca una silla de ruedas y la lleva hacia un consultorio mientras le dice que se tranquilice y que no se desespere.

Pasa la silla de ruedas, y una frase que podría generar más de una pelea inicia una conversación. “el medico tiene algo de perversidad, eso me dice mi hija que es psicóloga” dice Ana Barrios de 40 y pico años como ella misma dice, esta sentada en la misma silla desde las 2 de la tarde debido a que su esposo José según ella, sufrió de un paro cardíaco “¡ay! eso fue lo mas feo que me toco vivir, a mi viejo se le pusieron los ojos blancos y estaba respirando agitado”. Los ojos se le comienza a llenar de lagrimas al recordar el momento, y como tratando de sacarle un chiste a toda la situación repetía una y otra vez que al momento de salir no encontraba sus zapatos que tenia al frente.

El tiempo pasaba y la conversación continuaba mientras los doctores pasaban de un lado al otro. “hay ese doctor no a parado desde que yo llegue” afirmaba Ana señalando a un medico que en la cara se le veía la juventud pero sus palabras mostraban un recorrido inmenso, “Es que mírelo, todo el mundo lo persigue, lo halan para acá, le preguntan...pobrecito.”

10:30, Luisa Álvarez una señora de 50 años ingresa caminando encorvada con su hija a urgencias del hospital metropolitano, con un dolor en la parte inferior derecha de su abdomen. Es llevada a la sala de observación pero su camilla se ve desde el pasillo. Después de 20 minutos de espera durante los cuales se retorcía cada 5 minutos por el dolor que no le permitía quedarse boca arriba o boca abajo, se le acerca un doctor vestido de camisa color amarillo pálido y pantalón marrón a examinarla, ella esta de medio lado y el médico le pregunta donde le duele ella le señala y el presiona suavemente en el lugar con la yema de sus dedos y como un trampolín, su abdomen devuelve los dedos del doctor quien repite el procedimiento un par de veces mas, El doctor entredice “síndrome de blumberg positivo” y luego le manda a hacer un hemograma después de lo cual se dirige a la hija y le dice ” esperemos los resultados y si los leucocitos están por encima de 10.000 hay que operarla.

Después de 30 minutos en los cuales ya ni entraban ni salían sillas de ruedas llegan los resultados y el doctor se demora 10 minutos más para revisarlos. La cara del médico no parece emitir ningún tipo de diagnostico, sus ojos se mueven de lado a lado en el papel y la hija con una desesperación disimulada le dice sin el haberle preguntado. “doctor ella es hipertensa y diabética”. El doctor se queda en silencio y luego le dice que no se preocupe, que la iban a dejar un momento mas en observación mientras preparaban todo y llegaba le anestesiólogo. “ella tiene apendicitis aguda” dice el doctor.

Son las 12 y ya las tripas piden comida, después de tanto grito, ruego y sangre es mejor salir y emprender la retirada, un chuzo de fritos el mejor restaurante una papa rellena y una gaseosa el manjar nocturno de una sublime jornada.



Publicar un comentario

© 2006 EL DECAMERÓN | Plantilla por Plantishas para Blogger
No part of the content or the blog may be reproduced without permission.