miércoles, 20 de agosto de 2008

olor a calle

Una tambaleante figura se acerca a lo lejos, unos zapatos rotos por la experiencia van recorriendo una vez más el camino que andan todos los días, el mismo pavimento, las mismas casas, la misma gente.

Una botella de pegamento su mejor aliada para combatir el hambre, sus palabras muestran la sabiduría de quien a tenido que vivir la amarga aventura de deambular noche tras noche por las calles con las estrellas como techo y un colchón de cemento.

“Parce no se meta en esto” Dice mientras mira fijamente la nada. “ esta vaina es muy dura, hay veces en que no puedo dormir de las ansias tan bravas que me dan de meter bóxer”.

Sus palabras recalan en mis oídos, la frialdad de su hablar hace que sienta una admiración hacia aquel sujeto. Recorro con la mirada una y otra vez su vestir, una chaqueta acabada por los años y un jean que parece haber sido usado por un minero, son su ajuar.

La mirada perdida por causa del pegamento contrastaba con su elocuencia al hablar, paso a paso vamos recorriendo esos caminos que durante meses han visto la misma suela. La extraña contemplación de la gente nos envuelve, el murmullo de ofensivas palabras pasan por nuestros oídos como moscas.

Sentados en las escalinatas de la entrada de un restaurante tratamos descansar del rechazo social al que acabamos de ser víctimas tan sólo por caminar uno al lado del otro.

“El olor de esto me va a poner mal, yo con hambre, sin plata y sin vicio para poder calmar la panza” dice mientras limpia su boca.” ¿Oe, a usted no le da pena que lo vean andar conmigo? “ me pregunta con una sinceridad sólo comparable con la de un niño.

“No” respondo.”¿por qué habría de tener pena?” la pregunta parece sorprenderlo, pero no tanto como su respuesta.

“Me llamo Víctor, mucho gusto”.



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